13.6.08

/ Critica, NEW YORK TIMES /

Algo letal acecha desde los árboles.
Las dagas habían sido preparadas y afiladas mucho antes de que la última película de M. Night Shyamalan, EL FIN DE LOS TIEMPOS (The Happening – 2008), se estrenara. Un excelente artesano con aspiraciones al canon, quien podría ser un autor, y que ha sufrido una sensacional caída en gracia con la crítica y el éxito comercial, en parte por su propia culpa, haciendo malas películas y luego, incluso después de que esas películas fallaran, continuando el crecimiento de su ego públicamente, y en parte por culpa de los medios que, una vez que huelen debilidad, siempre van a morder la mano que una vez cubrieron de atenciones.
EL FIN DE LOS TIEMPOS (The Happening – 2008) fue marcada de fracaso antes de tener siquiera la oportunidad de fracasar o de ser un éxito. Su valor como objeto cultural y estético fue categorizado como irrelevante, aunque terminó siendo un thriller divertido, con un toque de animismo, momentos de escalofriante suspenso y una performance sólida del actor principal Mark Wahlberg. Al igual que Mel Gibson y Joaquin Phoenix en SEÑALES (Signs – 2002), film al que se asemeja en su atmósfera, efectividad y errores, Wahlberg se desenvuelve cómodamente en el universo Shyamalan. Teclea los momentos de terror con la misma facilidad con la que lo hace con los chistes, la sinceridad manufacturada y los mensajes sensibleros.
No voy a decir mucho sobre la vuelta de tuerca con la que Shyamalan ha salido esta vez, solo que es graciosa, oscura y extraña y que involucra una venganza del mundo natural. La historia empieza en una ocupada y brillante mañana de New York donde dos mujeres comparten un asiento en el Central Park. Una de ellas oye algo, la otra no, y de repente, una de las ocupantes del asiento desliza una horquilla de su pelo y lo entierra en su propio cuello. La sangre continua goteando, pronto se ve en las calles a hombres y mujeres que cometen inexplicables actos de auto-aniquilación, con balas a la cabeza o, en un desagradable, presuntamente intencional eco del 11 de Septiembre, saltos al vacío desde las alturas.
Este es el primer film de Shyamalan calificado con una R, quien ha dejado el mundo PG-13 presumiblemente para atraer al muy deseado grupo demográfico formado por jóvenes hombres adictos a la sangre. Hacer sus escenas mas graficas no lo ha ayudado ni dañado, aunque por las inventivas maneras que ha encontrado para despachar a sus personajes, es difícil no preguntarse si no está extrayendo una revancha simbólica del escaso público que asiste a los cines. Cualquiera sea el caso, el alto numero de muertes en la primera escena cumple un propósito fundacional, creando una atmósfera de intranquilidad. Las palabras de Shyamalan le fallan consistentemente, como lo han hecho en el pasado. Pero al trabajar otra vez con Tak Fujimoto como director de fotografía, crea imágenes, cuerpos cayendo, árboles moviéndose, que en sus momentos mas potentes hablan mas fuerte y mas elocuentemente que sus palabras.
Los suicidios se expanden como una plaga por lo que Elliot, Mark Wahlberg, un profesor de ciencia de colegio secundario de Philadelphia, escapa de la ciudad en tren con su esposa, Alma, Zooey Deschanel, y otro profesor llamado Julián, John Leguizamo, quien trae consigo a su pequeña hija Jess, Ashlyn Sanchez. Los conductores del tren pierden comunicación con la ciudad, forzando a los pasajeros a quedarse en una de las áreas mas rusticas y remotas de Pennsylvania. Esto le permite a Shyamalan enfocarse en sus personajes principales y jugar en el aire libre con enérgicas cámaras y efectos especiales. Algo malvado está viniendo en esta dirección, en serio, ya están aquí.
La presencia seria y comprometida de Wahlberg ancla la historia, dándole una sensación de sentido, una razón por la cual interesarnos. A diferencia de Deschanel, quien parece estar extremadamente sorprendida de formar parte de esta película o extremadamente alarmada, uno se aferra a Wahlberg, quien fácilmente navega la comedia, en un notablemente excéntrico y cómico monologo, y el horror. La bolsa de trucos de Shyamalan es terriblemente familiar, la cámara se adelanta velozmente, los personajes se quedan quietos en su lugar, un columpio vació se balancea en el viento, ojos se agrandan, bocas se abren, pero han vencido el test del tiempo y con los actores adecuados, es efectiva. Es, después de todo, como el real placer de ver a un mago sacar un viejo conejo de su destartalado sombrero.
Shyamalan ha creado una excelente premisa para EL FIN DE LOS TIEMPOS (The Happening – 2008), una que va a atraer al pesimista apocalíptico que hay en todos, por lo que es una lástima que no sepa hacer con ella además de matar gente por doquier. Una de sus virtudes, evidente en su mejor film, SEXTO SENTIDO (The Sixth Sense – 1999), y hasta en la fallida LA DAMA DEL AGUA (Lady in the Water - 2006), es que sabe como retener información para dejarnos preguntando: qué va a pasar ahora? Pero aquí, embuido en su trabajo de dirigir toda esta muerte, se olvida de crearnos preguntas de escena a escena.
Para el momento en que la historia cambia a un pueblo donde la gente cuelga de los árboles de una forma demasiado ordenada, la imagen del suicidio en masa fue despojada de asombro, y el sufrimiento humano se torna en una simple elección estética. Algo está pasando, es cierto, pero a Shyamalan, quien ciertamente disfruta de jugar a ser Dios, no parece interesarle demasiado. Pero que está pasando exactamente? Es el fin del mundo? Un nuevo Chernobyl? La peor pesadilla de Al Gore? Shyamalan nos lo dice, más o menos, dejando escapar la información antes de tiempo. Pero aquí hay algo respecto a escenarios apocalípticos, requieren un escape o una real tragedia. Solo destruir el mundo porque se está enojado con él no es suficiente.
Fuente: por Manhola Dargis, New York Times.